lunes, 31 de mayo de 2010

Estado de secreto al descubierto





Por Isabel Ibáñez de la Calle
Mauricio Jiménez  



Desde 2008 comenzaron las celebraciones por el Bicentenario y Centenario de la Independencia y la Revolución respectivamente, con lo cual, para 2010 todos ya estamos un poco hartos. Varias veces he escuchado a muchas personas decir que no tenemos nada que festejar, y criticar la manera tan superficial en la que el gobierno trata este asunto: poco crítica y cero reflexiva.
     Tal opinión cobra aún más fuerza después de enfrentarme –y reírme– con la puesta en escena Estado de secreto de Rodolfo Usigli. Obra escrita hace 75 años por uno de los dramaturgos más importantes de las letras mexicanas. Esta comedia impolítica delata la realidad mexicana que se vivía en los años 30, y prevé la realidad mexicana que se viviría en años posteriores.
     En concreto, es una crítica al maximato de Plutarco Elías Calles; en general es un lamento –irónico y sarcástico– a una realidad política que devino después de 11 largos años de Revolución Mexicana. Una dictadura enmascarada en democracia liberal: cotos de poder, abusos, robos, corrupción, pactos con delincuentes, traficantes, acarreados, asesinatos y traiciones a un sistema que, al parecer, no ha terminado. Hoy más que nunca Usigli tiene razón. Porque supo observar como nadie una clase política deplorable y decadente, escondida tras discursos revolucionarios y libertarios; encubierta tras los supuestos intereses del pueblo; motivada por el dinero; establecida por y para amedrentar; enriquecida por la ignorancia. Una clase política que miente sin escrúpulos, que vela por intereses particulares, que roba y que traiciona sin reparo. Personas que hoy te darán la mano llena de billetes, mañana te quitarán la vida e impugnarán tu testamento.
     Cualquier parecido con la realidad NO es mera coincidencia.
     Pero si creemos que vamos a ver esto de forma dramática como un lamento, estamos equivocados. Usigli apela a la risa, a la sátira, para retratar una época, un momento, un país y un peligro.  

La obra en 2010
La puesta en escena, a cargo de la Compañía Nacional de Teatro y dirigida por Mauricio Jiménez, es casi impecable, un escenario dinámico pero a la vez sobrio. Un vestuario adecuado sin ser impresionante; y una cuidada dirección de actores.
     Con actuaciones experimentadas, especialmente la del actor principal Roberto Soto quien encarna a Poncho Suárez N, el político corrupto que “gana la batalla” para convertirse en el próximo presidente de México. Los demás personajes revelan individuos enredados en el sistema, beneficiándose de él, pero a la vez recelosos y amedrentados por los superiores. Pero más allá de todo esto, personas adoctrinadas, casi como en un estado fascista. Los actores encarnan muy bien sus papeles y transmiten toda la corruptela en medio de la risa y la diversión. Un reflejo de México, y a veces, de nosotros mismos, como mexicanos y como seres humanos.
     Para más detalles sobre actores y todos los que forman parte de la realización de esta obra recomiendo ingresar a la página Arte en la red 

Memoria política
La obra es pertinente en el marco de los festejos por el Bicentenario. Porque más que héroes a los que honrar, nos exhorta a recordar –y estar alerta– que México continua cargando todos los abusos del pasado priísta. Y generando nuevos abusos hoy. Esta representación nos abre los ojos hacia el conocimiento, la reflexión y la conciencia histórica. Ningún festín será suficiente si sólo pensamos en los 200 años anteriores y olvidamos los 200 años venideros. Sin borrar de la memoria los errores y aciertos que nos hacen estar aquí, en este lugar. Y los que harán que las nuevas generaciones puedan estar, al fin, en mejores lares.   



Verdaderos héroes patrios: los artistas
En contraposición, confieso pensar que sí hay muchas cosas que festejar: el arte y sus artistas. Si hay algo que México ha dado al mundo es placer estético y personas con sensibilidad. Debemos honrar a autores como Usigli. Esta obra es el único festejo del Bicentenario que, hasta ahora, ha valido la pena para mi.
      Por tanto, recomendamos asistir al teatro Julio Castillo a Estado de Secreto porque: la temporada termina el 18 de junio así que ya no queda mucho tiempo. La obra despertará en nosotros más de una carcajada.  
La recomendación es responsabilidad de Apague su TV; el juicio y las consecuencias son responsabilidad de usted.   

Guía Apague su TV
Dirección: Mauricio Jiménez
Descuentos y tarifas especialesconsultar bases
Más información: www.bellasartes.gob.mx

martes, 25 de mayo de 2010

Una mexicanísima versión de La Orestiada de Esquilo





Por Isabel Ibáñez de la Calle  

Cuando asistimos a una obra de teatro, debemos estar concientes de que nos enfrentamos a un acto único e irrepetible.  

Asistí este viernes a La Orestiada de Esquilo, en la Casa del Lago Juan José Arreola. Una adaptación de la clasiquísima obra del griego, a cargo del director Emmanuel Morales, a la realidad del narcotráfico mexicano, o al menos, a como nos imaginamos dicha realidad. La temporada terminó este fin de semana, así que más que recomendar restringiré este comentario a analizar como una muy buena iniciativa puede quedarse en la honorable medianía.  

Grandes ideas; actores pequeños
Plantear la guerra entre aqueos y troyanos como una disputa entre cárteles del narcotráfico, colocar las reflexiones del coro griego en una banda norteña, hacer una obra itinerante al aire libre alrededor de una mansión decimonónica es un gran hallazgo para la escena mexicana. Y por lo mismo, la obra impresiona desde el primer momento.
     Los actores interactúan con el público: la obra empieza con los asistentes fuera de las rejas de la casa custodiada por unos encapuchados, las imágenes son recreativas: comienzan a amedrentar al público antes de que altavoz cante la tercera llamada. La impresión de “¿qué va a pasar?” está presente. Las furias aparecen al fondo –desde donde se puede ver el lago de Chapultepec–, cuatro chicas vestidas como prostitutas caminan lento hacia el público. La escena es potente y plausible. Y entonces empieza la representación de la trilogía de Esquilo. En un primer momento nos ponen en situación con un proyector que refleja el intento de un noticiero donde explican la disputa entre cárteles. La credibilidad de ese punto en específico es nula y nos enfrentamos más ante un trabajo universitario que ante una puesta profesional, el video parece totalmente falso, no sólo por la imagen sino también por la actuación.
      Al entrar a la Casa del Lago, el público es dirigido hacia una fiesta, los asistentes se sientan alrededor de las mesas como convidados de la celebración. Clitemnestra, esposa de Agamenón y Egisto, amante de ella, matan al rey (en este caso el dirigente de un cártel). Los coros en cumbia o como corridos norteños son excepcionales. Pero las actuaciones dejan mucho que desear: Clitemnestra, encarnada por Rosita Pelayo, es la mejor sin ser excepcional. Los demás, pasan de patéticos a más o menos buenos. Los gemidos de Casandra, María del Carmen Félix, no dejaron entrever el poder de su texto. Y la pésima voz de Agamenón, Mario de Jesús, impedía la comprensión. El personaje de Electra, Paola Medina, resultó bastante estereotipado.  

Un personaje principal no puede fallar
La siguiente escena nos introduce al velorio de Agamenón, el público rodea el ataúd y la banda acompaña a los deudos en el duelo, donde Electra lleva la batuta. La actriz no refleja en absoluto el dolor que implica perder a un padre del cual se está casi enamorada. Al reconocer a Orestes, su hermano, Electra lo azuza a que mate a Egisto y a su madre, para vengar la muerte de su padre querido. Orestes, Ricardo Polanco, personaje principal y en quien recae todo el conflicto, mantiene una actuación tan deplorable que no transmite nada más que una serie de actos inconexos. Porque de pronto, sin más, mata a su madre, quien le implora que no lo haga, y quien predice el tormento de su hijo por asesinato. Otra vez, la actuación de Orestes falla, porque lo que impresionar las entrañas de cualquier ser humano, a saber, el parricidio, no nos conmueve nada.
     Al pasar a la tercera parte de la trilogía: el juicio de Orestes. El público se queda sobre el abismo, y si por casualidad alguien no conoce la obra de antemano, corre el riesgo de no enterarse de nada. Apolo, es el mismo actor que Agamenón, otra vez no se le entiende y tal situación puede confundir. Orestes es declarado inocente por los dioses.  





Un hallazgo con errores imperdonables
La sensación que deja esta puesta en escena es la de un globo que se va desinflando poco a poco. Es como si al cabo de un tiempo se les acabaran las fuerzas y las ganas a los actores y al director. Pareciera que los actores no terminaran de comprender, o al menos irradiar, el conflicto que implica la muerte, el asesinato, la culpa y las razones por las que es defendido Orestes por Apolo al final.  

El esfuerzo se premia
Sabemos el poco apoyo que tiene el teatro en México y sabemos que esta obra tuvo que pasar por mucho para poder realizarse. Una obra con bajo presupuesto, pero con personas con ganas de refrescar la escena mexicana. Así que, si todavía hubiera tiempo, valdría la pena, porque es un maravilloso experimento que puede llevarse a cabo de manera mejor.

lunes, 24 de mayo de 2010

Una mirada a través de Oleanna

Por: Isabel Ibáñez de la calle



La patética publicidad de la obra de teatro Oleanna de David Mamet (1947), dirigida en México por Enrique Singer con las actuaciones de Irene Azuela y Juan Manuel Bernal en el teatro El Granero del Centro Cultural del Bosque, no refleja la profundidad de esta obra. 

Pero la obra merece la pena
A tres días de haber visto la función, mantengo la sensación de que se trata de un texto en el que el espectador puede hacer rápidas conclusiones sin tener la certeza de conocer la verdad: ¿qué quiere decir el autor?, ¿a quién critica realmente?
     Carol, una alumna universitaria, se acerca al despacho de John, su profesor, angustiada porque parece no ir bien en el curso. Ella pide ayuda y repite en ocasiones “no poder entender los conceptos de la clase”; John la interrumpe en repetidas ocasiones, predice sus palabras asumiendo que conoce sus sentimientos y pensamientos y, con cierta prepotencia, se ofrece a ayudarla. La conversación es interrumpida varias veces por el teléfono de John, gracias a estos telefonemas domésticos nos enteramos de que será ascendido y de que comprará una nueva casa. La conversación entre ambos prosigue y, cuando Carol está a punto contarle el más íntimo de sus secretos, suena de nuevo en teléfono, John se disculpa y se van. En los dos siguientes actos Carol cambiará el destino de su profesor para siempre. Y el de ella en consecuencia.  

El título es la clave
Más allá de dirección e interpretación, la obra deja mucho que pensar respecto a relaciones de poder y respecto de las consecuencias de nuestras acciones. Sin embargo, el conflicto radica en cómo pueden ser interpretados nuestros actos. Sin embargo, no se trata de un problema de comunicación sin más –como lo plantea el programa de la puesta en escena en México–, a mi parecer, va más por el lado de un problema de ideologías y emociones viscerales; de mirar la realidad a través de mi propio espejo como único catalizador, un espejo donde se reflejan las sombras de mis propios demonios y complejos. De una lucha por la libertad que culmina en aferramiento a la propia esclavitud. Una lucha universitaria que va por el lado del poder y no del diálogo. Parece que, quien tiene el poder, es más libre de hacer y deshacer, pensar y cambiar de opinión. Pero quizá después de la función, ya no estemos tan seguros. 
     La obra es una crítica también al feminismo hardcore, de hecho, en su presentación en EUA  algunas feministas se quejaron de que el autor plantea a la mujer como un ser manipulador, profundamente vulnerable y hasta irracional. A mi parecer, el autor no desea realizar un juicio absoluto sobre la condición femenina, sino invitar a la reflexión de la ideología ciega como un camino sin sentido. Lo cual, no quiere decir que nos enfrentemos ante un hombre arrastrado a la desgracia por el feminismo exacerbado de una mujer. En este caso –y gracias– no hay buenos ni malos. hay jerarquías de poder que nos hacen tomar una postura u otra y actuar en consecuencia. Por ello, alguna crítica más local apunta a que el autor pretende reflejar los vicios de las instituciones de educación superior en Estados Unidos. Y cómo la institución impide la buena comunicación entre sus partes.
     Un dato es seguro: el autor pone el dedo en la yaga sobre algunos factores de la sociedad norteamericana, pues el título, Oleanna, hace referencia a una canción tradicional noruega popularizada en Estados Unidos por el músico Pete Seeger, en la que se crítica a la “perfecta” sociedad norteamericana.  

Oleanna en México
Sorprendentemente, Juan Manuel Bernal tiene una actuación destacada: te introduce en el papel y el personaje evoluciona, se afecta, se enriquece. Por su parte Irene Azuela se encasilla en una especie de mujer obsesionada que repite su discurso, que tiene miedo, pero que es valiente por otro lado. Más que alguien conflictuado realmente, parece una loquita que va por el mundo destrozando la vida de otros. Sus líneas, especialmente al final, no se acoplan con la actuación plana que maneja en casi toda la obra. Y parece que el personaje es más rico de lo que ella lo encarna.  
Por lo demás, “Apaga tu TV” recomienda asistir a la obra porque:
La temporada está  por terminar en junio y porque no hay mejor “plan T” que ir al teatro.  
La recomendación es responsabilidad de Apague su TV; el juicio y las consecuencias son responsabilidad de usted.  
Para información sobre horarios y costos visita: http://www.conaculta.gob.mx/Cartelera