martes, 25 de mayo de 2010

Una mexicanísima versión de La Orestiada de Esquilo





Por Isabel Ibáñez de la Calle  

Cuando asistimos a una obra de teatro, debemos estar concientes de que nos enfrentamos a un acto único e irrepetible.  

Asistí este viernes a La Orestiada de Esquilo, en la Casa del Lago Juan José Arreola. Una adaptación de la clasiquísima obra del griego, a cargo del director Emmanuel Morales, a la realidad del narcotráfico mexicano, o al menos, a como nos imaginamos dicha realidad. La temporada terminó este fin de semana, así que más que recomendar restringiré este comentario a analizar como una muy buena iniciativa puede quedarse en la honorable medianía.  

Grandes ideas; actores pequeños
Plantear la guerra entre aqueos y troyanos como una disputa entre cárteles del narcotráfico, colocar las reflexiones del coro griego en una banda norteña, hacer una obra itinerante al aire libre alrededor de una mansión decimonónica es un gran hallazgo para la escena mexicana. Y por lo mismo, la obra impresiona desde el primer momento.
     Los actores interactúan con el público: la obra empieza con los asistentes fuera de las rejas de la casa custodiada por unos encapuchados, las imágenes son recreativas: comienzan a amedrentar al público antes de que altavoz cante la tercera llamada. La impresión de “¿qué va a pasar?” está presente. Las furias aparecen al fondo –desde donde se puede ver el lago de Chapultepec–, cuatro chicas vestidas como prostitutas caminan lento hacia el público. La escena es potente y plausible. Y entonces empieza la representación de la trilogía de Esquilo. En un primer momento nos ponen en situación con un proyector que refleja el intento de un noticiero donde explican la disputa entre cárteles. La credibilidad de ese punto en específico es nula y nos enfrentamos más ante un trabajo universitario que ante una puesta profesional, el video parece totalmente falso, no sólo por la imagen sino también por la actuación.
      Al entrar a la Casa del Lago, el público es dirigido hacia una fiesta, los asistentes se sientan alrededor de las mesas como convidados de la celebración. Clitemnestra, esposa de Agamenón y Egisto, amante de ella, matan al rey (en este caso el dirigente de un cártel). Los coros en cumbia o como corridos norteños son excepcionales. Pero las actuaciones dejan mucho que desear: Clitemnestra, encarnada por Rosita Pelayo, es la mejor sin ser excepcional. Los demás, pasan de patéticos a más o menos buenos. Los gemidos de Casandra, María del Carmen Félix, no dejaron entrever el poder de su texto. Y la pésima voz de Agamenón, Mario de Jesús, impedía la comprensión. El personaje de Electra, Paola Medina, resultó bastante estereotipado.  

Un personaje principal no puede fallar
La siguiente escena nos introduce al velorio de Agamenón, el público rodea el ataúd y la banda acompaña a los deudos en el duelo, donde Electra lleva la batuta. La actriz no refleja en absoluto el dolor que implica perder a un padre del cual se está casi enamorada. Al reconocer a Orestes, su hermano, Electra lo azuza a que mate a Egisto y a su madre, para vengar la muerte de su padre querido. Orestes, Ricardo Polanco, personaje principal y en quien recae todo el conflicto, mantiene una actuación tan deplorable que no transmite nada más que una serie de actos inconexos. Porque de pronto, sin más, mata a su madre, quien le implora que no lo haga, y quien predice el tormento de su hijo por asesinato. Otra vez, la actuación de Orestes falla, porque lo que impresionar las entrañas de cualquier ser humano, a saber, el parricidio, no nos conmueve nada.
     Al pasar a la tercera parte de la trilogía: el juicio de Orestes. El público se queda sobre el abismo, y si por casualidad alguien no conoce la obra de antemano, corre el riesgo de no enterarse de nada. Apolo, es el mismo actor que Agamenón, otra vez no se le entiende y tal situación puede confundir. Orestes es declarado inocente por los dioses.  





Un hallazgo con errores imperdonables
La sensación que deja esta puesta en escena es la de un globo que se va desinflando poco a poco. Es como si al cabo de un tiempo se les acabaran las fuerzas y las ganas a los actores y al director. Pareciera que los actores no terminaran de comprender, o al menos irradiar, el conflicto que implica la muerte, el asesinato, la culpa y las razones por las que es defendido Orestes por Apolo al final.  

El esfuerzo se premia
Sabemos el poco apoyo que tiene el teatro en México y sabemos que esta obra tuvo que pasar por mucho para poder realizarse. Una obra con bajo presupuesto, pero con personas con ganas de refrescar la escena mexicana. Así que, si todavía hubiera tiempo, valdría la pena, porque es un maravilloso experimento que puede llevarse a cabo de manera mejor.

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